Este es otro fragmento de "El Temor de un Hombre Sabio". Es una historia que cuenta uno de los personajes, me gustó mucho así que por eso he decidido publicarlo. Es un resumen, ya que en el libro original es más largo, pero sólo me he saltado detalles, lo esencial está presente.
Va para todas las Lunas.
Hace mucho tiempo, antes que existieran los actuales reinos. En un pequeño pueblo de la Mancomunidad, nació un niño llamado Jax. Jax nunca tenía suerte, si compraba un helado se la caía, si jugaba a la pelota se le pinchaba, si se compraba unos zapatos, se le rompían con rapidez. Nunca sonreía, nada le hacía sentirse feliz y nada le divertía. No tenía nada, salvo una mansión media reducida a escombros por su antigüedad que se encontraba a las afueras del pueblo.
Volviendo a su casa, se encontró con un calderero con tres fardos, uno grande, otro mediano y otro pequeño. Al ver a Jax triste le preguntó:
-No estás muy feliz, chico.
-Nada ni nadie es capaz de hacerme feliz.
-Yo, en estos fardos tengo muchas cosas que te harán feliz, si quieres te la puedo vender.
-Te digo que si me haces feliz te estaría muy agradecido, pero no tengo dinero para pagarte- dijo Jax.
-Pues eso va a ser un problema -repuso el calderero-. Porque lo mío es un negocio, no sé si me explico.
-Si encuentras algo que me haga feliz, te daré todo lo que tengo, aquella mansión de allí -dijo señalando hacia atrás- y si no tienes nada que me haga feliz, me quedaré con tu fardo más pequeño y con tu sombrero.
-Acepto el trato -El calderero no estaba muy dispuesto a dar su sombrero, le había cogido cariño, pero estaba totalmente seguro de tener lo que aquel chico buscaba, no tenía nada que perder.
Entonces, el caldedero abrió su farda más grande, y sacó un peonza. El niño ni se inmutó. Luego un soldadito de plomo, el niño lo ignoró. Así fue sacando distintos juguetes hasta que vació el fardo, ninguno convenció al niño. Luego el caldedero abrió su fardo mediano, y empezó a sacar objetos de más valor: joyas, ropa, zapatos... pero nada pudo impresionar a aquel niño con los zapatos rotos, pero en ese momento alzó la vista y vio la Luna en todo su esplendor.
-Ya he elegido- dijo el niño.
-Buena elección, esos zapatos son de buena calidad.
-No me refiero a los zapatos, me refiero a eso, la Luna- le respondió.
-¿La Luna dices? Bendito loco. No te la puedo dar, la Luna es libre, nadie puede poseerla- le contestó con una sonrisa burlona en la cara.
-Sólo seré feliz cuando la posea. si no puedes conseguirme la Luna, dame lo acordado- soltó de forma áspera.
El caldedero, de mala gana le tendió el fardo pequeño y de forma nostálgica, le tendió el sombrero aunque se resistió, le tenía bastante cariño.
-¿Puedo quedarme con el sombrero? Le tengo cariño- dijo con esperanza el caldedero.
-No, un trato es un trato. Pero puedes quedarte con mi mansión, no la voy a necesitar. Voy a seguir a la Luna hasta poseerla.
Dicho esto, se marchó rumbo al norte, hacia la Luna. Caminó durante días, meses, años, nunca supo cuanto tiempo estuvo caminando. Cruzó medio mundo tras la Luna sin poder alcanzarla. Le costaba mucho seguir a la Luna porque en aquella época la Luna estaba siempre llena. Colgaba en el cielo, redonda como una taza, reluciente como una vela, inalterable.
Tras tanta distancia, tras tantos kilómetros, la piernas le flaqueaban, pero al final de la cuesta la cual estaba subiendo, vio a un anciano sentado junto una cueva. Tenía una larga barba gris. No tenía pelo en la cabeza ni calzado en los pies.
Al ver a Jax se le iluminaron los ojos. Se levantó y sonrió.
-Hola, hola -le saludo con calurosa voz-. Te encuentras muy lejos de todo. ¿Cómo estña el camino?
-Largo -contestó Jax-. Y duro y cansado.
El anciano invitó a Jax a sentarse, le ofreció agua y frutas. Y Jax preguntó:
-¿Qué haces tan lejos de todo?-
-Encontré esta cueva mientras perseguía el viento y me quedé en esta cueva porque va muy bien para lo que hago -le contestó-.
-Y ¿qué haces? -preguntó Jax.
-Soy el que escucha -respondió el anciano-. Escucho lo que las cosas tengan que decir.
-Ah -dijo Jax con cautela-. Y ¿este es un buen sitio para hacer eso?
-Sí, muy bueno. Excelente -confirmó el anciano-. Para aprender a escuchar como es debido debes alejarte mucho de la gente. -Sonrió-. ¿Qué te ha traído por mi cielo?
-Busco la Luna. Quiero atraparla. si pudiera estar con ella, sería feliz.
El anciano lo miró con seriedad.
-¿Quieres atraparla?¿Cuánto tiempo llevas persiguiéndola?
-He perdido la cuenta de los años y kilómetros.
El anciano cerró un momento los ojos y asintió con la cabeza.
-Sí, puedo oírlo en tu voz. No es un mero capricho. -Se inclinó y acercó su oreja al pecho de Jax. Cerró los ojos otro largo rato y se quedó muy quieto-. Oh -dijo en voz baja-, qué triste. Tu corazón está roto y nunca has tenido oportunidad de utilizarlo.
Jax se cambió de postura un poco turbado.
-¿Cómo te llamas' -preguntó Jax-. Si no te molesta que te lo pregunte.
-No, no me molesta -repuso el anciano-. Siempre que a ti no te moleste que no te conteste. Si tuvieras mi nombre, tendrías poder sobre mí, ¿no?
-Ah, ¿sí?
-Por supuesto. -El anciano frunció el entrecejo-. Eso es asó. Aunque no parece que sepas escuchar, es mejor tener cuidado. Si consiguieras atrapar aunque solo fuera un trocito de mi nombre, tendrías poder sobre mí.
-¿Podrías ayudarme a atrapar a la Luna?
-Quizá pueda darte algún consejo -dijo el anciano de mala gana-. Pero primero deberías reflexionar sobre esto, chico. Cuando quieres algo, tienes que asegurarte de que eso te quiere a ti, porque si no, pasarás muchos apuros persiguiéndolo.
-¿Cómo puedo saber si me quiere? -preguntó Jax.
-Podrías escucharla -dijo el anciano casi con timidez-. A veces, eso hace maravillas. Yo podría enseñarte a escuchar.
-¿Cuánto tardarías?
-Un par de años -respondió el anciano-. Más o menos. Depende de si tienes un don para ello. Escuchar como es debido no es fácil. Pero cuando le cojas el truco, conocerás a la Luna casi tan bien como te conoces a ti mismo.
-Es demasiado tiempo. si consigo atraparla, podré hablar con ella. Podre hacer...
-Bueno, eso es parte del problema -le interrumpió el anciano-. En realidad no quieres atraparla. En realidad no. ¿Piensas seguirla por el cielo? Claro que no. Lo que quieres es conocerla. Eso significa que necesitas que la Luna venga a ti.
-¿Cómo puedo conseguir eso?
-Bueno, esa es la cuestión, ¿verdad? -dijo el anciano sonriendo-. ¿Qué puedes ofrecerle a la Luna?
-Solo puedo ofrecerle lo que llevo en este fardo.
-No me refería a eso -masculló el anciano-. Pero si quieres, podemos echar un vistazo a lo que tienes
-No puedo abrirlo -respondió Jax-. El nudo se me resiste
El ermitaño cerró los ojos un momento y escucho. Entonces abrió los ojos, miró a Jax y frunció el entrecejo.
-El nudo dice que intentaste romperlo. Que lo forzaste con un cuchillo. Que lo mordiste con los dientes.
-Es verdad -admitió Jax, sorprendido-. Ya te lo he dicho, intenté abrirlo por todos los medios.
-No por todos -dijo el ermitaño con retintín. Levantó el fardo hasta que el nudo del cordón le quedó a la altura de los ojos-. Lo siento muchísimo, pero ¿te importaría abrirte? -Hizo una pausa-. Sí. Te pido perdón. No volverá a hacerlo.
El nudo se deslió. el ermitaño desplegó el fardo en el suelo. Jax esperaba encontrar dinero, piedras preciosas, algún tesoro que pudiera regalar a la Luna. Pero lo único que contenía aquel fardo era un trozo de madera torcido, una flauta de piedra y una cajita de hierro.
La flauta fue lo único que le llamó la atención a Jax. Estaba hecha de una piedra de color verde claro.
La flauta es bonita -dijo Jax encogiéndose de hombres-. Pero ¡para qué sirven un trozo de madera y una caja demasiado pequeña para guardar nada?
-¿No lo oyes? -preguntó el ermitaño meneando la cabeza-. La mayoría de las cosas susurran. Estas cosas gritan. -Señaló el trozo de madera retorcido-. Si no me equivoco, eso es una casa plegable. Y muy bonita, por cierto.
-¿Qué es una casa plegable?
-Puedes doblar un trozo de papel varias veces hasta hacerlo muy pequeño, ¿verdad? -El anciano señaló el trozo de madera-. Pues una plegable es lo mismo. Solo que es una casa, por supuesto. Pero no la despliegues aquí, no quiero una casa delante de mi cueva tapándome el Sol. Asegúrate de encontrar un buen lugar y despliégala allí.
-De acuerdo, ¿y la caja? -Jax estiró un brazo y la cogió. Era oscura, y fría, y lo bastante pequeña para guardarla en un puño.
-Está vacía.
-¿Cómo lo sabes?
-Escuchando -respondió el anciano-. Me sorprende que no lo oigas. Es la cosa más vacía que he oída jamás. Tiene eco. Sirve para guardar cosas.
-Me parece que voy a continuar mi camino -dijo Jax.
-¿Estás seguro de que no quieres quedarte un mes o dos aquí? -preguntó el anciano-. Podrías aprender a escuchar un poco mejor. Escuchar es útil.
-Ya me has dado algunas cosas en las que pensar. -repuso Jax-. Y creo que tienes razón: no debería perseguir a la luna. debería hacer que la luna venga a mí.
Jaz se marchó a la mañana siguiente, siguiendo a la luna por las montañas. Al final encontró un terreno extenso y llano acurrucado entre las cumbres más altas.
Jaz sacó el trozo de madera y empezó a desplegarlo trozo a trozo. Pero la casa era mucho más grande d elo que había imaginado. Cuando la luna llegó al cielo, la casa todavía estaba sin terminar.
Quizás Jax se diera prisa o fue mala suerte. El caso es que desplegó una mansión magnífica, inmensa. Pero no encajaba bien. Había escaleras que en lugar de subir iban de lado. A algunas habitaciones les faltaba paredes, otras el techo. Pero a Jax todo esto no le importó, así que corrió corriendo a la torra más alta, sacó su flauta y se puso a tocar lo mejor que pudo.
Tocó una dulce canción bajo un firmamento despejado. Al oírla, la luna descendió a la torre. Pálida, redonda y hermosa se plantó frente a Jax en todo su esplendor, y por primera vez en su vida, Jax sintió un atisbo de gozo.
Entonces hablaron, Jax le contó su vida. La luna escuchaba y sonreía. Pero al final, se quedó mirando el cielo con nostalgia. Jax sabía que significaba aquello.
-Quédate conmigo -suplicó- Solo puedo ser feliz si eres mía.
-Debo irme -replicó ella-. El cielo es mi hogar.
-Yo he construido un hogar para ti -Dijo Jax mostrándole su enorme mansión con un ademán-. Aquí hay suficiente cielo para ti.
Debo irme -insistió ella-. Ya llevo demasiado tiempo aquí. Pero volveré. Soy inalterable. Y si tocas la flauta para mí, vendré.
Te he ofrecido tres cosas -dijo él-. Una canción, un hogar y mi corazón. Si quieres irte, ¡por qué no me ofreces tres cosas a cambio?
La luna rió y extendió los brazos mostrándole la palma de las manos.
-¿Qué tengo yo que pueda regalarte? Pero si puedo dártelo, pídeme y yo te daré.
-Primero te pediría una caricia de tu mano -dijo Jax.
-Una mano estrecha la otra, y te concederé lo que me pides.
Estiró un brazo y lo acarició con una mano suave y fuerte. Al principio parecía fría, y luego maravillosamente caliente. A Jax se le erizó el vello de los brazos.
-Después te suplicaría un beso -dijo.
-Una boca saborea la otra, y te concederé lo que me pides.
Se inclinó hacia Jax. su aliento era dulce, y sus labios, firmes como una fruta. Aquel beso le cortó la respiración a Jax, y por primera vez en su vida, en su boca asomó un amago de sonrisa.
-Y ¿cuál es tu tercera petición? -preguntó la luna. Tenía los ojos oscuros e inteligentes, y su sonrisa era sincera y cómplice.
-Tu nombre -suspiró Jax-. Así podré llamarte.
-Un cuerpo... -empezó la luna avanzando con ansia hacia Jax. Entonces se detuvo-. ¿Solo mi nombre? -preguntó deslizando una mano alrededor de la cintura de Jax.
Jax asintió. La luna se le acercó y le susurró al oído:
-Ludis.
Jax sacó la cajita de hierro y cerró la tapa y atrapó el nombre de la luna.
-Ahora tengo tu nombre -dijo con firmeza-. Así pues, tengo dominio sobre ti. Y te digo que debes quedarte conmigo eternamente, para que yo pueda ser feliz.
Y así fue, la caja ya no estaba fría. Estaba caliente, y Jax notaba el nombre de la luna dentro, revoloteando como una palomilla contra el cristal de una ventana.
Quizá Jax cerrara la caja demasiado despacio o simplemente tuviera tan mala suerte como siempre. El caso es que solo pudo atrapar un trozo del nombre de la luna. Por eso Jax puede tener para él la luna un tiempo, pero ella siempre se le escapa. Sale de la mansión rota de Jax y vuelve a nuestro mundo. Aun así, él tiene un trozo de su nombre, y por eso ella siempre debe regresar a su lado.