viernes, 1 de junio de 2012

Concurso literario 2

Hace algunos días, publiqué un microrrelato que presenté para un concurso de literatura. Pues bien, ha sido uno de los muchos seleccionados para salir en un libro recopilatorio de los mejores microrrelatos que se enviaron al concurso. Para un principiante como yo está muy bien. Esta es la web: http://www.diversidadliteraria.es/

martes, 22 de mayo de 2012

Concurso Literario

Hace una semana me presenté a un concurso de literatura. Dicho concurso consistía en escribir un microrrelato de una extensión de 5 líneas. Hoy, día 22 de Mayo, debía de decir los resultados, como no he recibido ningún mail, deduzco que no estoy entre los 10 finalistas. No pasa nada, otra vez será, pero me gustaría publicar el microrrelato que envía. Está basado en una entrada anterior llamada "El Ángel" (el microrrelato tiene el mismo nombre). No sé si es bueno, ya que es un poco difícil (al menos para mí) escribir algo bueno en tan solo 5 líneas, y mucho menos un relato.*



El ángel de mis sueños se me ha aparecido. Me besó apasionadamente. Mientras nos besábamos con pasión, su hermoso cabello castaño se movía con el viento. Eso bastó para enamorarme para siempre, pero, ¿ella es para siempre? Al verla irse, caigo de rodillas, abatido, ¿la volveré a ver? Sólo me queda su aroma y el recuerdo de sus besos llenos de pasión.


Seguiré escribiendo aquí de poco. No olvidéis comentar. Ni puntuar.




*Corrección. La fecha límite es el 22 de JULIO (error de lectura, :P) Así que todavía hay esperanzas.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Diario de un Sepulturero: Mi primer día

Esta noche empiezo en mi nuevo trabajo. No es un trabajo como otro cualquiera, nadie en su sano juicio elegiría trabajar con la parte más triste de la muerte: la última despedida seguida de su sepultura.

¿Por qué elegí este trabajo? -me preguntaréis-  Digamos, que es un trabajo tranquilo y remunerado. No es el trabajo deseado pero en estos tiempos de crisis laboral, social y económica no queda otra. Así que acepté este trabajo por necesidad.

A las 22:00 empieza mi turno. Empezaré enterrando gente -o cuerpos que antes era gente-. Normalmente, estas tareas suelen hacerse durante el día, cuando los familiares se van sin encontrar consuelo. Pero con el gran aumento de criminalidad, tenemos trabajo todo el día -y noche-.

Cuando suenan las campanas de una iglesia cercana, cruzo el umbral de la puerta del tanatorio. Allí, un hombre mayor que cojea de la pierna izquierda, está de pie a dos metros de la entrada, en su mano derecha sujeta una pala. Mirándome a los ojos me dice con una voz ronca y áspera:
-¡Tú, lechuguino! -me lanza la pala y la sujeto al aire- Empieza con ese -señala un cuerpo a mi izquierda. Se mete en una habitación y desaparece. A los diez segundos sale empujando una camilla con un cuerpo cubierto por una sábana blanca. Al verme todavía allí, me gruñe:
-¿Qué haces todavía aquí?¡Haz tu trabajo!

Cogí el cuerpo y me marché de allí. Tal vez os preguntéis por qué los cuerpos no están en el ataúd, resulta que engañan a las familias. Les cobran el precios elevados por ataúdes de muestra que, después de la última visita, son devueltos a la tienda y los cuerpos son enterrados sin su respectiva caja.


Me fijo en que la etiqueta del pie, se llamaba Alfonso López. Había muerto de una puñalada, seguramente en un atraco. Busco su lápida y empiezo a cavar. A medida que avanza la noche, va haciéndose más espesa la niebla blanca que me cubre hasta los tobillos. Se oyen ruidos lejanos, susurros y la leve brisa. Cuando más avanza la noche, más intensos se vuelven esos ruidos y más aparecen. Ramas rotas, gritos lejanos, lobos aullando y pasos que se acercan. Oigo el sonido que desprende el contacto de los zapatos con la hierba. cada vez, esos pasos, esa sensación de que alguien se acerca, va aumentando. Los pelos de la nuca se me erizan. Me doy media vuelta alzando la pala en alto.

-¿Todavía no has terminado? -es la voz ronca y áspera del viejo de antes, debía de ser él quien se acercaba-. Llevas casi dos horas. Deberías estar terminando.
-Me ha dado un susto de muerte. -le respondo alterado-.
-El único que va a morir aquí vas a ser tú, como no acabes esa tumba de una vez. Y yo de ti vigilaría tus espaldas...

Mientras se ríe de manera maléfica, se da media vuelta. Justo cuando se daba la vuelta veo de resfilón, en su comisura, unas gotas rojas que parecen ser de sangre, pero está demasiado oscuro y la luz de la Luna no es que ayude mucho. Pero me inquieta. No parece enfermo. Además, ¿a qué se refería con que vigilara mis espaldas? ¿es una amenaza? No, no creo que sea una amenaza, es mi primera noche de trabajo y todavía no he tenido tiempo de pelearme con alguien. ¿se refería a los ruidos que se oían? ¿hay alguien o algo en este oscuro cementerio por el cual, deba preocuparme? No. Los monstruos no existen. Y aquí no hay nadie más, salvo ese viejo y yo. Aunque sigo preguntándome qué serán esas gotas que vi en su comisura... Da igual, debo de seguir trabajando. Ya llevo demasiado rato y todavía no voy ni por la mitad.

Seguí cavando para acabar con la faena y esta vez no había ruidos que se oyeran. Había un silencio sepulcral. Como era mi primer día -noche mejor dicho- no atribuía aquel hecho a nada en concreto, pensé que serían ruidos nocturnos.

El resto de la noche transcurrió tranquila, ya sin ruidos nocturnos, pude continuar con mi trabajo. Pero lo que no paraba de rondarme por la cabeza era a qué se refería con que vigilase mi espalda y, si en realidad, aquella gotas rojas que vi eran gotas de sangre.

martes, 15 de mayo de 2012

El espíritu de los muertos

Buena obra del grandísimo Poe. Si os habéis fijado, en entradas anteriores he escrito relatos y ensayos con cierta influencia espectral de esto. ¡A disfrutar!



El espíritu de los muertos

Tu alma se encontrará sola.
Entre oscuros pensamientos de fúnebres losas.
Nadie, de entre la multitud, invadirá
Tu hora de intimidad.

No rompas el silencio de la quietud
Que no es exactamente soledad.
Los espíritus de los muertos que conociste
En vida ante ti de nuevo se alzarán
Y ahora, en la muerte a rodearte volverán
Y su sombra te oscurecerá. Mantente quieto.

Aunque prístina, la noche será severa.
Y las estrellas no irradiarán a la tierra.
Desde sus altivos tronos celestiales,
Una luz de esperanza a los mortales.
Sin embargo, sus opacas esferas rojizas,
Para tu fatiga serán
Como un quemazón, una fiebre
Que ya jamás te abandonará.
Ahora habrá ideas que nunca ahuyentarás.

Ahora habrá visiones que desvanecerse no verás.
Y ya nunca recorrerán tu espíritu.
Jamás, como sobre la hierba cae el rocío.

La brisa -aliento de Dios- calmada está,
Y la bruma de la colina
Sombría pero aún intacta,
Es un símbolo, la señal exacta.
¡Cómo flota sobre los árboles serios!
¡El misterio de misterios!.


- Edgar Allan Poe-

lunes, 14 de mayo de 2012

Historias para no dormir Parte 1: El Monstruo de la Oscuridad

Siempre he sido una niña con temor a la oscuridad. No sé por qué, pero siempre la he temido. Cada vez que me iba a dormir, buscaba de una forma desesperada alguna forma de luz para poder tranquilizarme y poder dormir. Casi siempre acababa durmiendo con la luz abierta o en la cama de mis padres. 

La oscuridad me aterraba. Tenía pesadillas constantemente. Abrazaba a mi osito de peluche y me cubría con la manta. Una de las causas principales de ese temor era que siempre veía extrañas formas, figuras incoherentes en la oscuridad. Me atemorizaban. No sabía qué eran. No sabía si eran reales. No sabía si me estaba volviendo loca. No sabía ni comprendía nada.

Una fría noche de invierno, el viento soplaba como nunca sobre la casa de campo hecha de madera en la cual habitábamos entonces. Allí en medio de la nada, mi temor aumentaba por el temporal. Quise dormir en la cama de mis padres, pero se negaron diciéndome: "Ya eres mayorcita. A tus 11 años deberías dormir sola y con la luz apagada". Prácticamente me obligaron a hacerlo, a intentarlo más bien.

Esa noche, traté de hacer caso a mis padres. Me metí en la cama con las luces apagadas e intenté cerrar los ojos. Cuando me estaba quedando dormida, noté como algo se alzaba desde el suelo. Abrí los ojos y vi a una bestia enorme. Era tan grande como un armario. Tan peludo como un oso. Sus colmillos parecían los de un jabalí. Su boca tan grande y voraz como la de un león. Sus oscuros ojos profundos me miraban con firmeza. Sus orejas tan grandes como su cabeza.  
En esa situación me sentía realmente atemorizada, pero no grité. Tal vez porque ese temor no era tan grande. Tal vez porque no tenía miedo. Tal vez aquella bestia no quisiera hacerme nada. No lo sé. Sólo se limitó a mirarme. Ambos nos miramos durante unos segundos. Hasta que me dijo:
-No tengas miedo. No quiero hacerte daño. Llevo mucho tiempo observándote. Sé que te asusta la oscuridad. Mientras esté yo aquí, no tienes motivos.
-¿Por qué no voy a tener motivos para estar asustada? -les respondí- No sé qué eres. Has entrado en mi casa, tienes un aspecto feroz y no pareces el más indicado para que me digas que no tenga miedo. Además ¿qué haces tú observándome?
-Esas respuestas tienen solución. Yo soy tú. Soy una parte de ti. Soy tus temores. He salido de tu ser para mostrarte a superar tus temores. -iba hablándome con una voz ronca, como la de un monstruo- A superar tus miedos. A superarme.
-Esto no puede ser real -lo decía no muy convencida- ¿Cómo puede ser posible que tú seas parte de mí y te esté viendo aquí enfrente mío? 
-Esto sucede cuando los temores llegan a tal punto, que no son posibles de dominar. Tu mente. La parte dormida, me ha pedido que salga para enseñarte a superar tus temores. Habías llegado a tal punto, que tus temores dominaban tu ser. Te iban a convertir en un espectro consumido por el miedo.
-De acuerdo, trato de entenderlo -no entendía nada- ¿cómo se supone que vas a ayudarme?
-Te contaré una historia de una niña como tú, que acabó consumida por sus temores.

Hace muchos años, en una casa como esta vivía una joven y dulce niña. Su mayor temor era la soledad. No siempre había tenido ese miedo, antes era alegre y no le importaba pasar ratos a solas, hasta que su padre las abandonó, tanto a ella como a su madre. Su madre cayó en una terrible depresión. Poco a poco fue consumiéndose, descuidándose de su hija y necesidades diarias. Hasta tal punto que ella murió, y la niña, se quedó totalmente sola. Trató de acostumbrarse a la soledad, pero no pudo. No pudo hacerlo, una niña acostumbrada a estar en compañía y rodeada de cariño no puede acostumbrarse a la soledad.
Se paseaba por su casa como si fuera un fantasma. Con paso ligero y lento. Cabizbaja, recordaba cuando jugaba con su padre, cuando se relacionaba con su madre. Esos recuerdos la atemorizaban, le recordaban lo sola que estaba. La soledad le iba consumiendo poco a poco. Cada vez recordaba menos. Cada vez mostraba menos signos de vida. Cada vez su cuerpo iba desvaneciéndose. Cada vez una sombra la iba consumiendo, empezando desde sus pies. Sus miedos la consumían poco a poco cada vez más y más. Una vez consumida totalmente por las sombras de la soledad, dejó de existir en este mundo para pasar a existir en el mundo de las sombras. En el mundo de los espectros. Una vez consumida por esas sombras, pasas a formar parte de ese mundo para toda la eternidad. Allí no hay nada más que oscuridad y sombras.

-Con este relato, quiero hacerte ver lo que te espera si dejas que te consuman tus temores. Trato de decirte que luches por no consumirte.
-Vaya historia más triste -dije intentando que mi voz sonara afligida- Pero, si eres parte de mí, ¿cómo es que conoces esa historia si yo nunca la había oído mencionar?
-En el mundo de los espectros, todos sabemos todo sobre los demás, pero no nos acordamos de nuestra propia historia. -lo dijo en un tono muy firme- Por eso conozco esta historia.
-¿Qué quieres decir? -dije en un tono de preocupación-.
-Te estás consumiendo en el mundo de las sombras. Poco a poco te unes a él. Tu mente dormida lucha por salvarte, por eso estoy yo aquí. Por eso me ves. Trato de decirte que no tengas miedo a la oscuridad. Lucha a la oscuridad con luz.

Dicho esto, desapareció. ¿Era cierto lo que me había dicho?¿Me estoy consumiendo? Miro a mis pies y lo que veo me aterra. ¡No tengo pies! Sólo hay una sombra. A medida que aumenta mi miedo me van consumiendo más y más. Todo se oscurece a mi alrededor. Cada vez recuerdo menos. Cada vez tengo más miedo. Las sombras llegan hasta mi cintura. Cada vez voy olvidando quien soy. Así que por eso estoy escribiendo estas palabras, las escribo antes de que la oscuridad me hunda en lo más profundo de mis miedos.


-Dave Arges-

martes, 8 de mayo de 2012

Cuatro sillas para cinco

Seguramente, tú, mi querido lector, habrás jugado al famoso juego de las sillas, aquel juego en que consiste en ir desplazándose bailando al son de la música alrededor de unas sillas. Las sillas son una menos respecto a las personas que están bailando a su alrededor. En cuanto se para la música, todos tienen que ir a sentarse en las sillas (no vale compartir) y la única persona que se queda de pie, es descalificada. Se continua con el juego pero al restarse un jugador, se resta también una silla manteniendo la superioridad numérica de los jugadores. El juego se termina cuando sólo queda una silla y se la tienen que disputar los dos últimos jugadores.



Pues la sociedad, la humanidad, todo lo relacionado con lo humano, es como este juego, pero en un sentido mucho más cruel y sanguinario. Las silla pueden representar el poder, el dinero, las oportunidades en la vida e incluso, simplemente comida y habitáculo. Los jugadores somos nosotros. La música es lo que nos mantiene tan drogados que no nos damos cuenta de nada. El juego es la vida. Este juego describe a la perfección la vida, la ley de vida o ¿nuestra ley de vida? Sí, la ley de vida que nosotros hemos creado. Esa vida de la cual todo el mundo, desde los inicios de los tiempos, lleva quejándose sin hacer nada para cambiarlo y los que lo hacen, sólo cambian la apariencia, pero la esencia sigue siendo la misma. Los mismos perros con distintos collares.

Los humanos siempre hemos estado bailando como marionetas alrededor de lo que más ansiamos, sea lo que sea. Saboreando esa ansiedad. Saltando como fieras para conseguir dicho elemento ansiado, incluso, si es necesario, hasta hacer desaparecer a la competencia. No se trata nada de conseguir nuestros sueños, eso es otra cosa. Se trata de lo que hacemos para conseguir cosas que nos corrompen el espíritu. Cosas que sólo sirven para corromper el alma humana. Cosas como la ambición al poder, ansias de dinero. Esas cosas parecen que nos van a dar abundancia, pero no es así. Una vez las poseemos nos corrompen el espíritu y nos piden más, más y más. Pero cada vez hay menos y menos satisfactorio, como el juego de las sillas. Y una vez conseguido todo el poder y eliminado la competencia, ya no queda nada más. Todo ha sido en vano.

Cuando consigues todas estas ambiciones has dejado de ser una persona humana. Te has convertido en un espectro. Un fantasma. Un ser oscuro poseído por la ambición. Estos espectros no son capaces de darse cuenta de nada absoluto, su mente está totalmente corrompida. Eso hace el poder. Eso hace la codicia. Eso hace la ambición.

Desde siempre, el mundo ha sido así, desde que la humanidad implantó la ambición y la codicia como parte indispensable de su ser. Todos jugamos a este juego, nadie se libra, de alguna manera u otra, todos jugamos. Sólo nos queda evitar convertirnos en espectros. Sólo eso, sólo espectros. Sólo evitarlos.


-Dave Arges-

domingo, 6 de mayo de 2012

Padre e hijo

El repiqueteo del tren hace que me mueva de una lado a otro en mi asiento. Alrededor, hay decenas de personas esperando su parada. En frente, un padre con su hijo de unos 6 meses. El niño, con su cabello rubio, lleva unas zapatillas Converse, pantaloncitos cortos y una camiseta azul. Me mira absorto como escribo estas palabras en mi cuaderno que siempre me acompaña.
Sentado sobre el regazo de su padre, me mira fijamente. El padre, mira con tiernos ojos paternales a su retoño. Supongo que es su primogénito, debido al comportamiento del padre que lo trata con mucha ternura y suma atención. En sus ojos puedo ver lo maravillado que está con su hijito, veo la felicidad en sus ojos, la satisfacción que le da.
También observo en los profundos y oscuros ojos del crío la seguridad que le brindan los brazos de su padre. En los ojos de ambos  veo reflejado el amor mutuo que se tienen. ¡Es increíble lo que pueden decirte unos ojos!
La gente de mi alrededor no se de cuenta de la maravilla que estoy observando: la felicidad, el amor paternal. Una felicidad causada por el gran amor de él al pequeño, del pequeño a él. Veo a un padre de película, un padre que daría la vida por su hijo ¿Qué padre no lo haría? Es maravilloso observar el amor paternal, pero más vivirlo.
He llegado a mi parada, debo bajar. Al pisar el andén me doy la vuelta y veo que me observan, les saludo y me lo devuelven. Los sigo con la mirada hasta que se pierden por el horizonte. Les deseo la mejor de las suertes a ambos y que cada día aumente su amor.


-Dave Arges-

El Ángel

Hoy he vislumbrado el alar de un ángel. Vi como aquel ángel recogía sus alas para posar delante de mí. Aquel ángel, al verme, me sonrió como ella sabe. Yo le sonreí con la mejor de mis sonrisas. Me saludó con dos ardientes besos fulgurantes de calor. Su cabellera ondulada se dejaba caer sobre sus finos hombros e iban al son del viento. Le pedí si estaría dispuesta a pasar la tarde en mi casa, le daría comida, bebida y descanso para su próximo viaje. Aceptó y me siguió hasta mi casa.


Una vez allí, le preparé uno de mis mejores Arroz con Leche y le di agua para beber. Descansó tumbada en mi sofá. Durante horas, estuvimos hablando sobre cosas que nadie conoce mejor que los ángeles. Hablamos sobre música, arte, danza, creencias, conocimiento... Hablamos de tantas cosas que sería prácticamente infinita la lista. A ella le gustó mi compañía. A mí, me encantó, me hechizó, me embrujó, me cautivó. Con su hermosa mirada penetrante, con sus ojos marrones como la miel, dulces como el néctar, con su hermosa cabellera castaña flotando junto sus hombros, con sus tiernos y carnosos labios, con todo aquello, fue capaz de hundirme en el más profundo y bello de los hechizos.

Una vez hechizado, me dijo que debía irse. Sin poder contener las lágrimas, lamenté que se tuviera que ir. Antes de que se fuera, la besé dos veces y a través de aquellos besos le transmití todo mi amor hacia ella. Se dio media vuelta, de resfilón, vi que una lágrima descendía por su mejilla. Abrió sus enormes alas y con su cabellera bailando para el viento, alzó el vuelo hacia su próximo destino.
Al verla irse, caigo de rodillas al suelo, abatido, rendido ¿la volveré a ver?¿me ama de verdad?¿se olvidará de mí? Muchas incógnitas, no sé cuanto podré soportarlo. Sólo me queda su aroma y el recuerdo de sus ardientes besos llenos de pasión.



-Dave Arges-

viernes, 4 de mayo de 2012

Panem et Circenses

Todos necesitamos pan. Todos necesitamos circo. ¿Hasta qué punto? Desde los inicios de los gobiernos siempre se nos ha dado pan y circo. Uno podría llegar a pensar que eso está bien, es decir, que se nos proporciono alimentos y entretenimiento no es malo, pero la realidad no es esta, la realidad son los motivos.

Se podría hacer una larga lista de los posibles motivos, pero nos centraremos en uno: ocultar la verdad. Al desviarnos la mirada hacia cosas mundanas no nos damos cuenta que a nuestras espaldas nos ocultan la verdad. En la antigua Roma, las luchas de gladiadores tuvo su máximo esplendor a partir de la era Augusta, cuando ya se daban los primeros rasgos de la decadencia. Usaron los juegos como una forma de ocultar la verdad y mover el dinero para ellos mismos.

En la Edad Media, las justas, luchas entre caballeros, se daban a cabo cuando sus señores empezaban a perder influencia y necesitaban apartar la mirada del pueblo.

Actualmente ocurre lo mismo, los acontecimientos deportivos, los acontecimientos rosas, entre otros, son como las luchas de gladiadores, como las justas, sólo sirven para entretener, sí, pero también para desviar la mirada del pueblo. Este tipo de circo ha calado demasiado entre la sociedad actual hasta tal punto que un partido de fútbol mueve más masas que una manifestación reclamando nuestros propios derechos. Uno podría decir: "¿Qué más da eso? Tenemos pan, nos basta con eso". Eso no es cierto, ya que, de sólo pan no vive el hombre. No hay suficiente pan que cubra tanta verdades ocultas, pero nosotros nos dejamos influenciar por el circo y ese pan mohoso que nos dan y les basta para ocultarnos la verdad.

A ellos les conviene ocultarnos la verdad, así les es más fácil engañarnos, robarnos y manipularnos y lo consiguen a través de unos simples juegos y de unos simples mendrugos de pan. Sólo uno mismo puede impedir ser manipulado de esta manera. Cada unos debe de dar los pasos necesarios para hacerlo. Y quien no se haya dado cuenta que mire a su alrededor, y lo verá.

-Dave Arges-

lunes, 30 de abril de 2012

El silencio de la muerte

Esto que voy a contar pasó de verdad. Hace ya bastantes años de eso. Ni siquiera recuerdo el año. Pero recuerdo la fecha aproximada, como para olvidarlo... Cosas así, como las que pasaron aquel día, nunca se olvidan.

No recuerdo el año,  ni la fecha exacta, pero si recuerdo que era una noche lluviosa del frío mes de Noviembre. Ese día, mi hermana, mi madre y yo estábamos en la consulta de un hospital, ya que, tanto mi hermana y yo teníamos la gripe o faringitis.
Sobre las 5 de la tarde llegamos al hospital. La secretaria nos dijo que en unos minutos nos atendían. Una familia estaba delante nuestra, después veníamos nosotros. Ese día yo tenía mucha fiebre, estaba somnoliento, como es lógico, pero todavía me quedaban fuerzas para prestar atención a todo lo que me rodeaba; las gotas de lluvia al chocar contra los cristales, el sonido del teclado de la secretaria, los pasos por los pasillos, el penetrante tic tac del reloj de la sala, el zumbido del movimientos de las piernas de mi hermana que colgaban de la silla, mi entrecortada respiración... Creo que fue mi capacidad de concentración en aquel momento el hecho que lo que pasó en aquella fría y lluviosa tarde de Noviembre se quedará grabado en mis recuerdos para siempre.
Habían pasado ya unos 10 minutos cuando un hombre llegó, con su hijo de unos 5 años, apoyado contra su pecho envuelto en una pequeña mantita para bebés. El hombre aquel, se alejó de todo ser viviente de la sala, se acurrucó en un rincón, como si todos nosotros fuéramos peligrosos, contagiosos o como si él quisiera evitar contagiarnos a nosotros.
Todavía con la fiebre, estaba yo apoyado sobre el regazo de mi madre, cuando entró ese hombre. Prácticamente no habían pasado ni 3 minutos cuando la enfermera lo llamó. El hombre, antes de levantarse miró a su hijo, con los ojos empapados en lágrimas, se levantó y siguió a la enfermera. Mi mente inocente no entendía aquella situación, pero a lo largo de los años y de tanto recordarlo lo llegué a comprender.
Justo cuando salió aquel hombre, el pediatra de turno, el que nos iba a atender, entró en la sala y dijo que se iba a retrasar, ya que había surgido una urgencia. Nosotros, sin saber qué hacer, nos quedamos allí esperando. Las horas fueron pasando tan lentas como la caída de las hojas y se hicieron tan pesadas como las rocas que sustentan la tierra.
No paró de llover hasta el amanecer del día siguiente, era una noche muy fría. Y a medida que pasaban las horas, me encontraba más cansado y débil, pero todavía era capaz de percibir todo mi alrededor, ya no era todo una sala de espera normal, con sus típicos sonidos, ya no, había un total silencio sepulcral, el silencio de la muerte, ni siquiera el repiqueteo de las gotas de lluvia fue capaz de romper aquel silencio. 
Pasadas unas largas horas, ese silencio se rompió con la voz de le enfermera que nos llamaba para pasar a consulta. Allí, en esa sala pequeña, el pediatra con rostro apagado, nos recibió con poco entusiasmo. Le conocía de toda la vida, era mi pediatra de cabecera. Mi madre, un tanto indignada por las horas de espera, le preguntó el motivo exacto de tantas horas de espera. Él, por la confianza mutua que había de tantos años siendo nuestro pediatra, nos dijo con voz lúgubre que había entrado de urgencia un niño de unos 5 años afectado gravemente de Meningitis C. Hubo que intervenir, pero no consiguieron salvarlo.

No recuerdo el gesto de mi madre, pero sé que a todos nos pesó esa noticia. No consigo recordar más detalles de ese momento, la edad y la fiebre han hecho lo suyo, pero sí recuerdo que, el salir del hospital rumbo al coche bajo la lluvia, le pregunté a mi madre que era aquello dr Meningitis. Sólo fue capaz de decirme que es una grave enfermedad que no tiene piedad.

Eso es todo lo que recuerdo de aquella fría tarde. Era muy pequeño para recordar todos los detalles, pero el pesar del recuerdo, se quedó grabado en mi mente y allí perdurará para siempre...

-Dave Arges-