martes, 8 de mayo de 2012

Cuatro sillas para cinco

Seguramente, tú, mi querido lector, habrás jugado al famoso juego de las sillas, aquel juego en que consiste en ir desplazándose bailando al son de la música alrededor de unas sillas. Las sillas son una menos respecto a las personas que están bailando a su alrededor. En cuanto se para la música, todos tienen que ir a sentarse en las sillas (no vale compartir) y la única persona que se queda de pie, es descalificada. Se continua con el juego pero al restarse un jugador, se resta también una silla manteniendo la superioridad numérica de los jugadores. El juego se termina cuando sólo queda una silla y se la tienen que disputar los dos últimos jugadores.



Pues la sociedad, la humanidad, todo lo relacionado con lo humano, es como este juego, pero en un sentido mucho más cruel y sanguinario. Las silla pueden representar el poder, el dinero, las oportunidades en la vida e incluso, simplemente comida y habitáculo. Los jugadores somos nosotros. La música es lo que nos mantiene tan drogados que no nos damos cuenta de nada. El juego es la vida. Este juego describe a la perfección la vida, la ley de vida o ¿nuestra ley de vida? Sí, la ley de vida que nosotros hemos creado. Esa vida de la cual todo el mundo, desde los inicios de los tiempos, lleva quejándose sin hacer nada para cambiarlo y los que lo hacen, sólo cambian la apariencia, pero la esencia sigue siendo la misma. Los mismos perros con distintos collares.

Los humanos siempre hemos estado bailando como marionetas alrededor de lo que más ansiamos, sea lo que sea. Saboreando esa ansiedad. Saltando como fieras para conseguir dicho elemento ansiado, incluso, si es necesario, hasta hacer desaparecer a la competencia. No se trata nada de conseguir nuestros sueños, eso es otra cosa. Se trata de lo que hacemos para conseguir cosas que nos corrompen el espíritu. Cosas que sólo sirven para corromper el alma humana. Cosas como la ambición al poder, ansias de dinero. Esas cosas parecen que nos van a dar abundancia, pero no es así. Una vez las poseemos nos corrompen el espíritu y nos piden más, más y más. Pero cada vez hay menos y menos satisfactorio, como el juego de las sillas. Y una vez conseguido todo el poder y eliminado la competencia, ya no queda nada más. Todo ha sido en vano.

Cuando consigues todas estas ambiciones has dejado de ser una persona humana. Te has convertido en un espectro. Un fantasma. Un ser oscuro poseído por la ambición. Estos espectros no son capaces de darse cuenta de nada absoluto, su mente está totalmente corrompida. Eso hace el poder. Eso hace la codicia. Eso hace la ambición.

Desde siempre, el mundo ha sido así, desde que la humanidad implantó la ambición y la codicia como parte indispensable de su ser. Todos jugamos a este juego, nadie se libra, de alguna manera u otra, todos jugamos. Sólo nos queda evitar convertirnos en espectros. Sólo eso, sólo espectros. Sólo evitarlos.


-Dave Arges-

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