miércoles, 16 de mayo de 2012

Diario de un Sepulturero: Mi primer día

Esta noche empiezo en mi nuevo trabajo. No es un trabajo como otro cualquiera, nadie en su sano juicio elegiría trabajar con la parte más triste de la muerte: la última despedida seguida de su sepultura.

¿Por qué elegí este trabajo? -me preguntaréis-  Digamos, que es un trabajo tranquilo y remunerado. No es el trabajo deseado pero en estos tiempos de crisis laboral, social y económica no queda otra. Así que acepté este trabajo por necesidad.

A las 22:00 empieza mi turno. Empezaré enterrando gente -o cuerpos que antes era gente-. Normalmente, estas tareas suelen hacerse durante el día, cuando los familiares se van sin encontrar consuelo. Pero con el gran aumento de criminalidad, tenemos trabajo todo el día -y noche-.

Cuando suenan las campanas de una iglesia cercana, cruzo el umbral de la puerta del tanatorio. Allí, un hombre mayor que cojea de la pierna izquierda, está de pie a dos metros de la entrada, en su mano derecha sujeta una pala. Mirándome a los ojos me dice con una voz ronca y áspera:
-¡Tú, lechuguino! -me lanza la pala y la sujeto al aire- Empieza con ese -señala un cuerpo a mi izquierda. Se mete en una habitación y desaparece. A los diez segundos sale empujando una camilla con un cuerpo cubierto por una sábana blanca. Al verme todavía allí, me gruñe:
-¿Qué haces todavía aquí?¡Haz tu trabajo!

Cogí el cuerpo y me marché de allí. Tal vez os preguntéis por qué los cuerpos no están en el ataúd, resulta que engañan a las familias. Les cobran el precios elevados por ataúdes de muestra que, después de la última visita, son devueltos a la tienda y los cuerpos son enterrados sin su respectiva caja.


Me fijo en que la etiqueta del pie, se llamaba Alfonso López. Había muerto de una puñalada, seguramente en un atraco. Busco su lápida y empiezo a cavar. A medida que avanza la noche, va haciéndose más espesa la niebla blanca que me cubre hasta los tobillos. Se oyen ruidos lejanos, susurros y la leve brisa. Cuando más avanza la noche, más intensos se vuelven esos ruidos y más aparecen. Ramas rotas, gritos lejanos, lobos aullando y pasos que se acercan. Oigo el sonido que desprende el contacto de los zapatos con la hierba. cada vez, esos pasos, esa sensación de que alguien se acerca, va aumentando. Los pelos de la nuca se me erizan. Me doy media vuelta alzando la pala en alto.

-¿Todavía no has terminado? -es la voz ronca y áspera del viejo de antes, debía de ser él quien se acercaba-. Llevas casi dos horas. Deberías estar terminando.
-Me ha dado un susto de muerte. -le respondo alterado-.
-El único que va a morir aquí vas a ser tú, como no acabes esa tumba de una vez. Y yo de ti vigilaría tus espaldas...

Mientras se ríe de manera maléfica, se da media vuelta. Justo cuando se daba la vuelta veo de resfilón, en su comisura, unas gotas rojas que parecen ser de sangre, pero está demasiado oscuro y la luz de la Luna no es que ayude mucho. Pero me inquieta. No parece enfermo. Además, ¿a qué se refería con que vigilara mis espaldas? ¿es una amenaza? No, no creo que sea una amenaza, es mi primera noche de trabajo y todavía no he tenido tiempo de pelearme con alguien. ¿se refería a los ruidos que se oían? ¿hay alguien o algo en este oscuro cementerio por el cual, deba preocuparme? No. Los monstruos no existen. Y aquí no hay nadie más, salvo ese viejo y yo. Aunque sigo preguntándome qué serán esas gotas que vi en su comisura... Da igual, debo de seguir trabajando. Ya llevo demasiado rato y todavía no voy ni por la mitad.

Seguí cavando para acabar con la faena y esta vez no había ruidos que se oyeran. Había un silencio sepulcral. Como era mi primer día -noche mejor dicho- no atribuía aquel hecho a nada en concreto, pensé que serían ruidos nocturnos.

El resto de la noche transcurrió tranquila, ya sin ruidos nocturnos, pude continuar con mi trabajo. Pero lo que no paraba de rondarme por la cabeza era a qué se refería con que vigilase mi espalda y, si en realidad, aquella gotas rojas que vi eran gotas de sangre.

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